martes, 21 de abril de 2009

La cuenta atrás a comenzado...












¿Cuánto queda para el estreno de REC 2 ?

viernes, 17 de abril de 2009

Definiendo el amor entre sangre y caricias



Hablar a estas alturas sobre Déjame entrar sin caer en una avalancha de elogios es un trabajo nada fácil. Cuando un filme como éste llega precedido por tantos premios (más de 45) y casi todas las críticas la describen como "obra maestra" el resultado entre el público suele ser la temida "decepción por exceso de expectativas".

Con el filme que se estrena ahora en España la palabra decepción sólo puede entrar en el vocabulario de aquellas (y aquellos) que aman la saga de Crepúsculo. Si bien existen similitudes entre las dos obras (vampiros, historia de amor) no podrían ser más diferentes la una de la otra. El punto fuerte de Déjame entrar es la labor en la dirección de Tomas Alfredson, quien ha asegurado en diversas entrevistas no sentirse atraído por el cine de género. Sin embargo, y quizá por ello, el acercamiento del director a una historia protagonizada por una niña vampira se salta los convencionalismos y mecánicas narrativas del cine americano para sumergir al espectador en una suerte de fábula sobre la adolescencia. Una macabra historia que refleja el significado de amar con una belleza silenciosa, sin palabrería, sin infantilismos, con una crudeza sólo posible en la realidad.

Precisamente el realismo imprimido en la película hace que Déjame entrar no sea una película de terror al uso actual, en las que los clichés y convencionalismos se suceden uno tras otro. No. Ésta es una obra maestra del cine, alejada de los tópicos de Hollywood, más enraizada en el cine europeo. Como todo buen filme de terror que se precie acaba realizando una radiografia social impecable, una descripción de sentimientos, situaciones y personajes situados en Estocolmo pero que podrían vivir en cualquier otro punto del planeta, revelando lo desoladora que puede ser la vida. La belleza de la puesta en escena es de las que se estudian en las escuelas de cine, con una planificación ejemplar que apoya la excepcional actuación de los dos pequeños. Dos ejemplos: la secuencia en la cama. Pocas veces una caricia dijo tanto de forma tan hermosa. ¿El segundo ejemplo? El clímax de la película, toda una clase magistral de cómo usar el "fuera de campo". Pero no son ejemplos aislados, el largometraje está repleto de ellos.

La labor de Alfredson queda también patente en la brillante interpretación de los pequeños protagonsitas. A pesar de su edad, los dos jóvenes desbordan emociones con sus gestos, miradas y silencios. La capacidad comunicativa de Lina Leandersson emociona en una secuencia y aterra en la otra, enternece en la siguiente y deja sin respiración minutos mas tarde. Tal y como el propio director explicó en una entrevista, estuvo gritando y hablando con los chicos durante cada momento de filmación, por lo que sus voces fueron dobladas en muchas ocasiones y el sonido ambiente recreado, otorgándole asi un aspecto más inquietante al conjunto. Por supuesto, Kåre Hedebrant refleja el miedo, los complejos y la inseguridad de su personaje, así como los sentimientos más profundos y que resultan difíciles de explicar con trece años.

Otro de los elementos que elevan esta obra a la categoría de arte es la perfecta banda sonora compuesta por Johan Soderqvist. El tema dedicado a Eli es de los que emociona con tan solo escucharlo y las derivaciones con guitarra española en otros de los temas son de una belleza apropiada a un filme tan sutil como éste. El tímido pero efectivo piano que guía algunas melodías abre el corazón del espectador para absorber las imágenes de la pantalla.

Una vez más, el cine de terror europeo salva el deprimente panorama del género americano. al fin y al cabo, tal y como Juan Antonio Bayona, director de El orfanato, explica en su critica sobre el filme en El País, "el cine de vampiros nació en Europa para pervertirse en Hollywood".