Es lo que hizo Eli cuando Oskar abrió la puerta de su casa. También cuando se coló por la ventana; y la noche que durmieron abrazos en silencio, cuando sentían la mutua soledad de sus latidos. Eli necesitaba oirlo. La jovencita esperó a que le dieran permiso para entrar. Descalza, en una noche nevada, con ese extraño olor en su ropa y la dulzura de su rostro; con la melancólica mirada de quien siente y oculta; con la necesidad de que le dieran permiso para acceder a la habitación.
"Dejame entrar", dijo ella, pero... ¿Por qué?
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