Esta semana el mundo del cine de terror se llevaba las manos a la cabeza al descubrir que Michael Bay, director de Transformers, planea una nueva hazaña como productor: rehacer un clásico del género como La semilla del diablo. Convendría recordar que Bay ya ha producido la última versión de La matanza de Texas, está confirmado como productor del remake de Los Pájaros y resucitará las sagas de Elm Street y Viernes 13.
Con este arranque de originalidad, el director de Armageddon se lanza a la producción de remakes de clásicos que deberían ser inviolables. Superar la genial obra que Roman Polanski estrenó en 1968 es tarea harto improbable. El filme se convirtió en un icono del género gracias a su atmósfera inquietante, su calculado ritmo narrativo y la profunda descripción psicológica de sus personajes.
Utilizó mecanismos más propios del thriller que del terror; más propios de la planificación de Hitchcock que de los recursos impactantes de Dario Argento. Sutil, paciente, profunda. La película, basada en la novela de Ira Levin, El hijo de Rosemary, describe minuciosamente cada rasgo de la personalidad de sus protagonistas. Rosemary, impecablemente interpretada por Mia Farrow, es una mujer íntegra y fuerte, pero ingenua. A medida que avanza la trama se va derrumbando ante la difusa línea de la paranoia y la realidad que la envuelve.
Junto a ella, su marido, un auténtico “don nadie”. Y sus vecinos, sospechosamente amables y guardianes de algún secreto que el espectador siente pero no ve. Al igual que la protagonista: junto a ella el espectador sentirá el ambiente enrarecido y, hasta el último momento, en una magistral y ya mítica secuencia final, no descubrirá si la onírica realidad que vemos es producto de la imaginación de la protagonista o de la aterradora verdad.
Sus exteriores se rodaron en los apartamentos Dakota de Manhattan, en los que John Lennon sería asesinado más tarde. Sin embargo, los interiores fueron recreados en estudios, quizá para tener mayor movilidad de cámaras. Desde la planificación en esos interiores, hasta detalles como la risa heladora de la vecina o la dilatación del suspense en la narración. _Todo está pensado para inducir miedo, desasosiego o, como mínimo, incertidumbre, a lo largo del filme. Todo pensado para que espectador y protagonista compartan sensaciones y emociones. Todo un hito del género que será revisado por Michael Bay. Eso sí que da miedo...
Con este arranque de originalidad, el director de Armageddon se lanza a la producción de remakes de clásicos que deberían ser inviolables. Superar la genial obra que Roman Polanski estrenó en 1968 es tarea harto improbable. El filme se convirtió en un icono del género gracias a su atmósfera inquietante, su calculado ritmo narrativo y la profunda descripción psicológica de sus personajes.
Utilizó mecanismos más propios del thriller que del terror; más propios de la planificación de Hitchcock que de los recursos impactantes de Dario Argento. Sutil, paciente, profunda. La película, basada en la novela de Ira Levin, El hijo de Rosemary, describe minuciosamente cada rasgo de la personalidad de sus protagonistas. Rosemary, impecablemente interpretada por Mia Farrow, es una mujer íntegra y fuerte, pero ingenua. A medida que avanza la trama se va derrumbando ante la difusa línea de la paranoia y la realidad que la envuelve.
Junto a ella, su marido, un auténtico “don nadie”. Y sus vecinos, sospechosamente amables y guardianes de algún secreto que el espectador siente pero no ve. Al igual que la protagonista: junto a ella el espectador sentirá el ambiente enrarecido y, hasta el último momento, en una magistral y ya mítica secuencia final, no descubrirá si la onírica realidad que vemos es producto de la imaginación de la protagonista o de la aterradora verdad.
Sus exteriores se rodaron en los apartamentos Dakota de Manhattan, en los que John Lennon sería asesinado más tarde. Sin embargo, los interiores fueron recreados en estudios, quizá para tener mayor movilidad de cámaras. Desde la planificación en esos interiores, hasta detalles como la risa heladora de la vecina o la dilatación del suspense en la narración. _Todo está pensado para inducir miedo, desasosiego o, como mínimo, incertidumbre, a lo largo del filme. Todo pensado para que espectador y protagonista compartan sensaciones y emociones. Todo un hito del género que será revisado por Michael Bay. Eso sí que da miedo...
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