La otredad no debería ser algo novedoso por estas tierras: el raro, el extraño, el excluido que procede de otra dimensión o planeta campa a sus anchas por los géneros del fantástico y el terror. Aun así, dentro de los parámetros de lo ajeno existen criaturas aparte, hijas del olvido y lo estrambótico, curioso matrimonio. Pero menos teoría y más carne: ¿a qué huele el asado de cuentos de hadas que no para de girar en los hornos internacionales (¡y también patrios!? ¿No desprende todo refrito un olor a chamusquina? ¿Quién concluyó que Kirsten Stewart era la más salada del reino para aderezarlo?
Las mentes pensantes de la ABC se aferraron al principio de los tiempos y las historias, y agitaron a los creadores de "otros" en el monumento televisivo Lost junto con el folclore feérico más naif. Once upon a time, en antena desde finales de octubre, ha conseguido con sólo cuatro capítulos mantener una audiencia que desbanca a alternativas de supuestas referencias culturetas (no se ha sabido explotar la premisa de Christina Ricci azafata en Pan Am, pero ése es un cuento en el que no puedo detenerme aquí). El resultado es una hija bastarda de Lost, Twin Peaks, Hércules, Xena y cierto esquema de juego Cluedo. ¿Quién mató a Blancanieves? No, no es tan grotesco (y excitante): ¿quién es quién en ese pueblecito de Nueva Inglaterra donde los personajes de cuentos de hadas se han convertido en personas corrientes? La idea no es mala, pero la factura final desprende una aureola de efectos especiales cutrefactos, propios de los Grandes Relatos que programaba Telecinco, y los guionistas han trazado la detective más accesoria en años (sí, en años) y han rebautizado al Príncipe Encantador como James. ¿James? ¿pero Blancanieves no era un cuento de raíces germanas?
El ansia del público USA por historias blancas con final feliz recortándose en el horizonte ha propiciado que la apuesta de la NBC, Grimm, apenas haya conseguido atención. En la línea de Supernatural, un detective descendiente de los Grimm debe masacrar criaturas diabólicas que realmente pueblan nuestro mundo. Bla y bla: seguramente el Rumpelstiltskin de Once upon a time haya obrado sus malas artes sobre la competencia, volviéndola repetitiva y grisácea. Nunca Robert Carlyle inspiró tanta grima (ha-ha).
¿Afectará esta fiebre desmedida a los dos proyectos cinematográficos enfrentados, que estos días han estrenado tráiler? Segunda Blancanieves: Kirsten Stewart (que pareció prometer algo bueno en la notable Adventureland [Greg Mottola, 2008]) aporta su arsenal de parpadeos y músculos enclenques para argumentar por qué es la más bella del reino en Snow White and the Huntsman (Rupert Sanders, 2012). ¿He leído bien? ¿Charlize Theron, la madrastra más glam, siente celos de esa palomita? Pero la incógnita inquietante no es ésa: ¿de verdad Viggo Mortensen, tras la espantada, era reemplazable por Chris Hemsworth? Algo no cuadra. Necesito un detective de hadas.
Y, por último, tercera Blancanieves: Mirror, Mirror (2012), el dudosísimo proyecto que se traía en secreto Tarsem Singh hasta el tráiler revelado ayer mismo y que demuestra un ligero aroma a cinta de Acción de Gracias, humor irreverente estilo Stardust (Matthew Vaughn, 2007) y disfraces marca Björk. Yo tengo fe en el genio visual de Singh, aunque me preocupa que tras una obra tan personal, extenuante e inigualable como The Fall (2006) esté poniendo su espejo mágico al servicio de (huecas) bellezas ajenas. Aunque hay algo totalmente subversivo y socarrón en Julia Roberts como pérfida madrastra: la eterna diva, a punto de rozar el estatus de Norma Desmond; la bella rencorosa y abrazada a un semi retiro, la eterna otra reclama su trono. Esto me lleva a la versión más freak, a la Blancanieves de Pablo Berger, muda, rodada en blanco y negro y en la que Maribel Verdú encarna a una madrastra de mantilla. ¡Eso sí es una bruja malvada: es Maria Dolores de Cospedal, leches!
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