En los últimos años, el nombre de Salander se ha hecho popular. No es realmente nadie famoso de Hollywood, ni tampoco se trata de un ídolo adolescente. Sus actuaciones distan mucho de ser ejemplares pero, sin duda, tienen su público. Salander es punk, fuma compulsivamente, vive en constante lucha y se enfrenta a sus enemigos con obstinación. Es alguien de carácter vengativo, antisocial, y de personalidad dura. Rebelde, independiente... Viste cuero negro y tiene el cuerpo lacerado por tatuajes y perforaciones. Sin duda un mal bicho, pero como otros tantos malotes y rebeldes sin causa a lo largo de la historia del cine. ¿Qué tiene de novedoso, entonces? Pues algo muy simple: Salander tiene el cuerpo de una niña de catorce años, y se ha convertido en un símbolo del nuevo feminismo.
Lisbeth Salander aparece por primera vez en el segundo capítulo de la famosa novela de Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres. Novela que, además de ser un fenómeno de masas en todo el mundo, ha abierto la puerta de lo que se ha dado en llamar “la novela negra escandinava”. En las estanterías dedicadas a este novísimo género se puede encontrar ya más de una decena de autores —algunos noveles, otros renacidos— promocionados al albur del éxito póstumo de Larsson. En sus páginas, Lisbeth Salander es descrita como “una chica pálida, de delgadez anoréxica, pelo cortado al cepillo y piercings en la nariz y en las cejas”. Se mencionan de entrada sus tatuajes, su mal humor, su mala relación con sus compañeros de trabajo... Y se hace hincapié en su inteligencia y capacidad para husmear toda la información posible hackeando sin mesura los ordenadores de sus víctimas con su memoria fotográfica.
A lo largo de las novelas en que toma partido —tres publicadas de un proyecto inacabado de diez— poco a poco se va perfilando su carácter, sus filias y fobias, además de su oscuro pasado. Salander, por citar sólo un ejemplo, no duda en vengarse de aquellos que se propasan con ella. No tiene reparos en causar dolor y no se le caen los anillos a la hora de propinar patadas, puñetazos, balazos o incluso soltar cargas eléctricas con su pistola. Siempre en defensa propia o, al menos, sobre víctimas que —a falta de una justicia legítima— bien se lo pueden merecer: cuando su tutor legal la viola ella no duda en vengarse haciendo uso del mismo consolador que el violador empleó...
Lisbeth Salander pasa a convertirse en la acompañante del héroe cuando uno de sus “investigados” se ve metido en un embrollo en el que, sin duda, siente que puede venirle bien un poco de ayuda. Por supuesto, él se quedará prendado de ella y ella de él, aunque ella nunca lo terminará de admitir. Tal vez por rebeldía, o simplemente porque no lo tiene muy claro. En cualquier caso, el personaje de Salander goza del mismo mérito que el de Jack Sparrow: ser, como secundario, mucho más interesante que el protagonista. Prueba de ello es que las secuelas de la novela han terminado —ambas— centrándose de lleno en Lisbeth, su pasado, su presente y sus problemas.
Las encargadas de llevar a la gran pantalla al personaje han sido la actriz sueca Noomi Rapace y, en el todavía no estrenado remake estadounidense, Rooney Mara. Habrá que asistir al estreno para poder comparar la interpretación de ambas y ver cuál de las dos da mejor vida a un personaje que ha enamorado a millones a través de las páginas escritas de varias novelas. En cualquiera de los casos el éxito está asegurado. Basta promocionar un poco el factor desinhibido del personaje, azuzar su rebeldía, su violencia y mencionar sutilmente su punto lésbico para que llame la atención. Habrá que ver el resultado de la pieza de Fincher para ver si la Lisbeth Salander del remake alcanza la carga dramática que tiene la del libro que, no en vano, se ha convertido en todo un símbolo feminista.
Lisbeth Salander es una mujer sin ambages. Su forma de actuar como ángel vengador emociona; su manera de hacer frente a la adversidad y su afán por pelear con uñas y dientes inspira... Realmente es una mujer expeditiva que sabe mostrar cuál es su sitio y, sin duda, eso forma parte de su aura. Realmente es un ejemplo loable y poco precedido en la literatura y en el cine.
Noomi Rapace (izquierda) vs Rooney Mara (derecha) |
Lisbeth Salander es una mujer sin ambages. Su forma de actuar como ángel vengador emociona; su manera de hacer frente a la adversidad y su afán por pelear con uñas y dientes inspira... Realmente es una mujer expeditiva que sabe mostrar cuál es su sitio y, sin duda, eso forma parte de su aura. Realmente es un ejemplo loable y poco precedido en la literatura y en el cine.
Pero no debemos olvidar que, lejos de encasillar a Salander como “mujer buena” o “mujer mala”, Lisbeth es en realidad una mujer masculinizada. Aparte de su atuendo y de su forma de vida, Salander presenta numerosos rasgos en su personalidad que recuerdan a elementos del rol “masculino”, como podría ser el caso de no mostrar nunca sus emociones ni hacer a nadie partícipe de sus sentimientos. La misma Noomi Rapace ha afirmado alguna vez que dudaba de que le fueran a dar el papel por considerarse “demasiado femenina” para encarnarlo. ¿Realmente una mujer debe abandonar su feminidad para ser símbolo feminista?
Por otro lado, no debemos olvidar que Lisbeth no deja de ser otra víctima del juego de los hombres que no aman a las mujeres y que, de una manera o de otra, siempre termina en brazos de su caballero andante particular que camina detrás de ella con el afán macho de salvarla de algo (cuando en realidad termina ella, normalmente, salvándole a él).
Con eso y con todo, Lisbeth Salander es un personaje con identidad propia que pasa a formar parte del universo de las mujeres transgresoras junto a Lara Croft, Clarice Starling, Aunty Entity o Beatrix Kiddo (aunque un tanto más “marimacho”).
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