Es curioso que las dos películas con las que ha empezado el día comenten los mismos aspectos, incluso estando ambientadas en épocas con siglos de diferencia entre ambas. Por un lado, Black Death, en la que se cuenta cómo un novicio (Eddie Redmayne), conocido por muchos por ser uno de los protagonistasde Los Pilares de Tierra, se une a un grupo en mitad de la Peste Negra, una plaga que asola pueblos, aldeas y ciudades. Algunos creen que la plaga es un castigo de Dios, un acto por el que en Señor advierte de los pecados de la humanidad. Cuando se escuchan rumores sobre un pueblo inmune a la "muerte negra", el joven se unirá a un grupo de soldados que van en su busca ofreciéndose como su guía. Entretenida, pero nada especial que reseñar. Por su parte, Vanishinng the 7th Street, de Brad Anderson, cuenta como Hayden Christensen se efrenta al desvanecimiento de la humanidad. Quedan apenas unos supervivientes que tendrán que enfrentarse a un enemigo visible pero no físico: la oscuridad. Una especie de masa negra poblada de almas susurrantes y sobras amenazadoras que intentan atraer a los que aun luchan por su vida. Al igual que en Black Death, alguno de los supervivientes ve en el suceso un castigo divino, una especie de reinicio que Dios quiere hacer en la Tierra.Y con el final del filme, que no desvelaré, bien parece que sea la idea que han querido transmitir. Entretenidas las dos, ninguna consigue convertirse en una gran película. Aunque desde luego son lo suficientemente entretenidas para que el público las disfrute en las salas con unas palomitas. Tampoco hay que pedir siempre obras maestras, ¿verdad?
Por la tarde estuve en el pase de La posesión de Emma Evans (o, como su título original y mostrado en pantalla decía "Exorcismus"). Una vez más, muy buenas intenciones se quedan en un resultado poco brillante. El filme acumula demasiados tópicos en su primera parte: la poseída que oye voces, que tiembla como una epiléptica, que hace cosas sin saber o recordar que las hace... Cuando llega el punto original del filme, el que le da la chispa, es quizá demasiado tarde. Curisosamente esta película es el ejemplo contrario al habitual. En Sitges hemos vivido muchas películas que empiezan bien o van tomando fuerza en su avance, pero que acaban estrellándose con finales pobres, efectistas o incluso incomprenisbles. La posesión de Emma Evans funciona al contrario: inicios trillados, poco enganche, pero un tramo final que quiere darle la vuelta a la tortilla y mejora el conjunto.
Y esta noche, en lugar de dormir para el día de mañana, me voy a ver una frikada tremenda pero a cuyo termino se ha anunciado la sesión sorpresa (película que nadie sabe cúal será y puede pegar un petardazo).
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