No cabe duda de que M, el vampiro de Dusseldorf (1931) es una de las grandes obras de Fritz Lang y un imprescindible para los amantes del cine clásico de terror; pero también es una película esencial para cualquier persona que tenga un mínimo de interés en aprender algo sobre el arte cinematográfico. Se podría decir mucho sobre ella, empezando por su propio título que puede llevar a cierta confusión ya que ni M es la inicial de un nombre, ni el protagonista es un vampiro, ni la acción ocurre en Dusseldorf. Pero aquí solo os daremos las claves introductorias para animaros a ver este clásico con unos ojos un tanto analíticos.
Aclarando la incertidumbre que produce el título, “M” hace referencia a la palabra “mörder”, asesino en alemán, letra que le escriben con tiza en la chaqueta al protagonista como distintivo con el fin de que la policía consiga arrestarlo. Y es que “vampiro” en esta película simplemente designa a modo de metáfora a un peligroso asesino de niños en serie que tiene aterrorizada a toda Berlín (y no Dusseldorf). Como era costumbre en los años 30, las películas de terror recibían su mayor fuente de inspiración directamente de las novelas, en cambio M, el vampiro de Dusseldorf está basada (supuestamente) en el caso real de Peter Kürter, quien en los años veinte protagonizó una larga lista de crímenes. Lang, en cambio, desmintió este rumor y aseguró que basó su historia en varios asesinos que habían agitado la tranquilidad de los alemanes en la misma década y no en un hecho concreto.
Cuando Fritz Lang comenzó a rodar este filme ya era un director de sobrenombre con grandes títulos a su espalda. Pero lo curioso (y que la hace aún más especial) es que fue la primera película dialogada del director. A día de hoy pensar que se rodó cuando escasamente hacía un año que se había incorporado el sonido al cine parece increíble. Astuto e inteligente, Lang demuestra una utilización narrativa del sonido incomparable hasta el punto de ser clave esencial a la hora de llenar campos vacíos y prolongar espacios. Es precisamente uno de los primeros en utilizar el leitmotiv como parte del relato. En este caso, es el asesino el que siempre silba la misma melodía, lo que permite a un ciego vendedor de globos reconocerlo.
Pese a que se podría analizar el lenguaje cinematográfico utilizado en cada escena de la película, nos centraremos en la primera secuencia a modo de ejemplo. Aquí ya se hace presente el sonido como un protagonista más, pero este no es el único que cabe comentar ya que hay una gran variedad de recursos que nos informan de que nos encontramos ante la que el mismo Fritz Lang consideró su obra maestra. Destaca la sutil forma con la que nos presenta al asesino: en la escena aparece un cartel de “búsqueda del asesino” y es precisamente sobre la palabra “asesino” donde se proyecta la sombra del mismo haciéndonos saber que acabamos de conocerle sin si quiera haberle visto la cara. Esta técnica que convierte al espectador en un analista de los ingredientes que nos ofrece el director para interpretar la obra es la que marcará toda la película.
M, el vampiro de Dusseldorf es así una especie de juego de ingenio basado en las reglas del puro lenguaje cinematográfico que a la hora de narrar opta por la sutileza, eligiendo cuidadosamente ocultar de la vista del espectador según que acontecimientos para que éste pueda imaginar lo que pasa más allá de lo que en la pantalla se muestra (razón por la que el sonido en el campo vacío se hace indispensable). Ejemplo de ello es el primer asesinato que nos ofrece el filme en el que nada de horrible se nos coloca ante los ojos, sino simplemente el jardín de un parque y una pelota rodando que todo espectador reconocerá como la pelota que la niña que se nos mostraba en pantalla llevaba en la mano instantes atrás. Esta tendencia de “mostrar menos para asustar más” se ha llevado a cabo en cine en muchas ocasiones con resultados óptimos; aunque hoy en día parece que prime por encima de todo el demostrar la capacidad que tiene la tecnología de crear efectos especiales espectaculares que no desarrollar esta clase de trucos. Aún así, algunos directores comienzan a recuperarlo en algunas de sus películas con técnicas tan sencillas como desviar la cámara ligeramente en el momento oportuno o apagar una simple luz. Los ejemplos son múltiples, pero por ejemplo, Los ojos de Julia se construía sobre ese principio de ocultar y no enseñar. Técnicas que siempre serán eficaces, seguramente porque lo que más tememos siempre será aquello que desconocemos.
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