Profecías cumplidas. Lo más interesante de un festival concentrado en el género es que sus representantes no sean sólo explosiones acumulativas, fuegos de artificio más o menos sonoros que eclipsan al previo y conforman un batiburrillo. Lo mejor es que cada cinta replique a otra, que se abra un diálogo entre cineastas de procedencias distintas y un hilo narrativo continuo. Algo a lo que aferrarse en la marea de horarios irregulares, retrasos, cancelaciones y opiniones dispares que están a punto de provocar un cortocircuito en esta robota. ¿Lo huelen? Huele a quemado.
En Another Earth (Mike Cahill, 2011), una réplica amable e inmóvil de la Tierra pasaba a ocupar el cielo de una mañana para otra. O eso daba a entender el metraje. En la rueda de prensa de aquel día, el director bromeó acerca de un plano al final de los créditos en el que se vería a las dos Tierras chocar y arder en llamas. Curiosamente, condenó esa idea mainstream como algo propio del cine de Michael Bay. Y, sin embargo, alguien tan opuesto como Lars Von Trier ha decidido emplear esa imagen como apertura de su aclamada y monumental Melancholia. Melancolía es un planeta, en teoría oculto tras el sol, que de repente emerge en nuestro sistema solar con una trayectoria mortífera para nosotros. Melancolía es, también, la sensación que va embargando a Justine (Kirsten Dunst) el día de su boda, y que la conduce a las garras de una depresión de manual, de la que ninguno de los miembros de su familia, ni su reciente marido, es capaz de salvarla.
Von Trier, que en sus largometrajes luce y analiza sin pudor sus accesos depresivos, ha elaborado un extenso (demasiado extenso, quizá) tratado sobre la depresión, entendida como ese estado melancólico del alma que ansía algo imposible de alcanzar. Un sentido vital. Imagínense, entonces, la escala que adquiere el conflicto si sabemos que en unas horas todo lo que ha existido sobre la superficie terrestre desaparecerá para siempre. Sin embargo, y a la contra de sus últimas películas, el cineasta no carga las tintas en la radicalidad del concepto y prefiere concentrarse en el aspecto más lírico y emocional del relato, alcanzando secuencias, interpretaciones y contrastes visuales de auténtica altura, tan pretenciosas y tan preciosas como no veíamos en su cine o en el cine apocalíptico hacía mucho tiempo. El resultado no es apto para públicos de sueño fácil y poco exigentes, pero quien quiera sufrir la misma clase de terror que Contagion (Steven Soderbergh, 2011) encontrará en la escena final de Melancholia, atravesada por un sonido aterrador que se posa sobre toda la sala, un momento de idéntico desasosiego.
Después del fin, del fin de todo, érase una vez. No es que esta robota haya sufrido un cuelgue en su sistema, es que la esperadísima nueva obra de Francis Ford Coppola se abre con dichas palabras. Rodeado de actores de confianza, el reputado director, harto de su reputación, o de que por activa y pasiva le recuerden la grandeza de sus obras maestras, ha decidido que Twixt sea un perfecto ejemplar de serie B rodada con los mejores medios. Incluido un 3D totalmente prescindible, recurso del que Coppola parece mofarse mediante un sistema que indica al espectador cuándo colocarse las gafas. Y que sólo sucede en dos breves ocasiones. Papá Coppola piensa en los tabiques nasales del público. Lo demás, un discurso nada sesudo sobre el estancamiento y la fertilidad creativa de la mano de un escritor de novelitas de terror (un Val Kilmer cada día más orondo), cuya musa se llama Whisky, que llega a un pueblo donde antaño se detuvo Edgar Allan Poe. Mezclando leyendas locales y trances oníricos, desarrolla una nueva historia gótica digital que toma los elementos clásicos de la literatura de horror de la América profunda (el mismo Poe o Nathaniel Hawthorne) para convertirlos en un ejercicio de liberación, en una enorme broma que seguramente no sea entendida por los talibanes de El Padrino.
Y entusiastas del terror se mostraron Carles Torrens y Rodrigo Cortés, como director y guionista, respectivamente, de Emergo. Esta cinta de casa encantada, que se mueve entre los límites de la realidad, lo sobrenatural y las proyecciones psíquicas, fue acusada por algunos de mera copia del esquema estético de la saga [·Rec], a lo que sus creadores replicaron con una reivindicación del estilo documental y el uso de formatos analógicos como un apoyo para la historia. ¿Acaso le recriminamos a una película el uso del plano medio, tan frecuente en otras tantas? Pues eso.
Más tímido se mostró Bryan Singer en la rueda de prensa que preparó el terreno antes de la entrega del Gran Premio Honorífico durante la gala nocturna. El director de la saga X-Men habló sin tapujos y con mucha humildad de sus proyectos frustrados, el próximo estreno de Jack the giant killer (2012) y la adaptación cinematográfica de Battlestar Galactica; de su infancia enamorada de la sci-fi, sus primeros paseos por los festivales y su enorme interés por todos los reboots y nuevos enfoques de la gran industria hollywoodiense. Prácticamente, de no ser por su fama, como cualquiera de nosotros.
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