Érase una vez, debería comenzar en esta ocasión, y en todas las anteriores, y quizá también en las que están por venir. Érase dos veces. Una aquí y otra al lado opuesto del espejo. Pero, ¿dónde es aquí y dónde es allí? ¿Cuál es yo y cuál es otro? ¿Llegaremos a confundirnos con los robots de los carteles de este año, que Hiroshi Ishiguro ha presentado en una masterclass? Este barullo metafísico parece ser el hilo conductor de los últimos días: la pugna con uno mismo supone el encontronazo más difícil de manejar y comprender, y hoy seguimos viendo caras asustadas e indecisas que no encuentran consuelo en el espejo. Te asomas al espejito del baño, persiguiendo una aclaración o un consuelo, y a cambio recibes otra duda. ¿Quién es ése? En Sitges, además, suele hacerse añicos y emplearse como arma arrojadiza. Cuidado.
No hay espejos, pero sí dos mundos especulares, en Another Earth, el debut de Mike Cahill premiado en el Festival de Sundance. Al entusiasta televisivo se le antoja de inmediato una versión indie de los universos paralelos y sutilmente diferenciados de Fringe, además del plato de prestigio que suele entusiasmar a la prensa más sesuda y a los jurados que se decantan por recompensar a las exquisiteces. La cinta de Cahill, muy pausada para el ritmo medio del Festival, le da la vuelta a ese jersey del fantástico que suelen perseguir los más fieles del certamen. Aquí es la ciencia ficción el marco de un drama íntimo, y no a la inversa. Como excepcionalidad de una historia de culpa y redención, aparece en el cielo una réplica exacta de la Tierra. De qué manera se ha acercado tanto y de dónde ha surgido son cuestiones sin respuesta. Al director le interesa, en cambio, el anhelo de la joven Rhoda (interpretada por una excelente Brit Marling) por borrar los errores que ha cometido en este planeta y huir al que se atisba junto a la luna. Allí arriba vive otro yo, tal vez sin tantas penurias. La base de Asimov es empleada para analizar el deseo de empatía, de conexión con otros seres humanos y, por qué no, con uno mismo, sin espejo mediante. Cahill incidió con énfasis en estos aspectos durante la rueda de prensa, y dejó en el aire la posibilidad de las videoconsolas como herramientas de desdoblamiento y reclusión. También dos futuros proyectos: uno sobre la reencarnación y otro acerca de un diseñador de moda que vive debajo del mar. Sic. Tal vez se llame Sebastián.
Continuamos con un puñado de érase encadenados: Michel Ocelot presentó en el Auditori la que parece una apuesta para domingueros de festival cargados de niños. Les contes de la nuit, en la misma estela que sus predecesoras Azur y Asmar (2006) y Princes et princesses (2000), rescata la estética de las linternas mágicas y los teatrillos de recortables (sensación redoblada por un prescindible 3D), que en el cine tuvieron de heredera a Lotte Reiniger. Motivos universales como los objetos mágicos, los animales parlantes, las metamorfosis, los sacrificios y los amores felices protagonizan estos cuentos nocturnos, que no tétricos, en los que terminan destacando más algunos elaborados fondos que la acción de las figuras principales.
Primero fue la reflexión, en segundo lugar la imagen, y por último, el Verbo. El esperado estreno de Eduardo Chapero-Jackson (nombre real, para intrigados) llegó de la mano de su director y los actores Miguel Ángel Silvestre, Alba García, Verónica Echegi, Macarena Gómez y Nawja Nimri, cargado de palabras inesperadas. Ahíto de verso. Un cuento contemporáneo, y no perdemos esa cuerda, según lo define el propio cineasta. El sombrío y crudo relato de Sara, una joven cansada de no encontrar un sentido a su vida y a la que decide poner fin del modo más drástico. El controvertido tema de la película, los adolescentes de clase media derrotados que caen en el suicidio, se rodea de la apariencia más original vista hasta ahora en el certamen. La prosa de Cervantes coexiste con la rima hip-hop, y lo que parece un sacrilegio termina generando, al menos, sorpresa y atracción por ese mundo paralelo, al otro lado de los espejos del baño, donde se alojan almas distintas al resto. Albaceas de la poca belleza y verdad que quedan en el mundo. Ciertos recursos, entre ellos el empleo de secuencias anime, las partes cantadas y los pareados de Miguel Ángel Silvestre, llegan a resultar cargantes mientras se critica, de paso, al sistema educativo español y a la desmesurada construcción inmobiliaria. En apenas hora y media, Chapero-Jackson elabora su particular graffiti contra la desolación de ideales contemporáneos; un grito de ayuda pubescente que durante el post-screening todos los miembros del reparto insistieron en reclamar como propio y necesario, mientras el equipo de efectos especiales comentó en otra masterclass la creatividad inherente a cintas de bajo presupuesto como ésta.
Por desgracia, los gritos son tan comunes en estos lares que ya nadie sospecha que realmente estén reclamando algo. Que el causante no sea un vampiro o un licántropo. Pero algunos gritos son escuchados y, tal fue el caso de los novatos Mike Cahill y Eduardo Chapero-Jackson, hallan la felicidad y el plato de las perdices en este negro rincón de la Costa Brava. El cuento interminable se seguirá narrando...
1 comentario:
Espejito, espejito... :-p
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